El zoológico. Lugar en el que los críos se vuelven locos con cada animal, chillando a los que duermen para que les diviertan, como si de simples marionetas se tratasen, y tirando comida a los gordos, como si quisiesen que lo fuesen todavía más.
Esto y otras muchas cosas le eran en parte indiferentes a Nokomis; lo que verdaderamente iba a ver era a un animal en concreto.
El tigre era sin duda su animal favorito, y ver cómo la gente le trataba de esa manera le ponía de los nervios.
Llegando a la zona deseada, las puntas de su cabello negro se ondulan, y sus ojos buscan al tigre de Bengala expuesto en aquel zoo.
El felino alza su cabeza al verla, acercándose a los barrotes para saludarla. Definitivamente se conocían, aunque solo ellos dos supiesen el por qué. La chica alarga el brazo, ajena a la gente que les observa y a los carteles que prohíben el acercamiento excesivo a los animales. Acaricia el hocico del animal, mientras éste ronronea, feliz de volver a verla.
-¿Qué tal todo, viejo amigo?
Susurra la chica, haciéndole dulces carantoñas.
El animal buscaba su mano con el hocico, ronroneando como si de un cachorro se tratase. Parecía manso, al menos con la joven de cabellos azabaches.
-Sabes que me gustaría sacarte de aquí, pero es peligroso... -Susurró, acercándose todavía más a los barrotes- Encontraré una manera para hacerlo sin que nos convirtamos en fugitivos, ¿vale...?
El animal bufó y Key, por su parte, mostró una amplia sonrisa.
En eso, alguien más se abre paso entre los curiosos: el guardia del zoo, alarmado al oír que alguien estaba jugando con los tigres.
Alzando la voz, casi chillando, tomó a Key del brazo y tiró con brusquedad, echándole la bronca por el hecho de que, en cualquier momento, el tigre se podía abalanzar contra su brazo y arrancárselo.
Ella rodó los ojos, sin más, y meneó la mano en el aire, restándole importancia al asunto, pero, a la vez, despidiéndose también del felino, que intentaba asomar la cabeza entre los barrotes.
A medida que el guardia le sermoneaba, la muchacha rodaba los ojos, y clavaba su mirada en el tigre de Bengala, cuyos ojos esmeralda, a su vez, estaban clavados en los de la joven. Se echaban de menos, era evidente...
Ella asentía sin más, sin escuchar, hasta que el guardia pareció cansarse y con un "Que no vuelva a ocurrir, puede ser peligroso", se marcha.
Noko siguió sus pasos con la mirada, hasta que desapareció entre la multitud y las jaulas.
Se relamió los labios, dispuesta a acercarse de nuevo a su amiguito enjaulado, cuando nota que alguien se acerca a la zona, y se situa entre la verja de los tigres y los visitantes, dispuestos a obstaculizar el paso a los demasiado curiosos, como Key.
La muchacha chasquea la lengua, molesta.
¿Querían jugar? Bueno, pues jugarían...