31 diciembre, 2011

That gray image ends, right?

El zoológico. Lugar en el que los críos se vuelven locos con cada animal, chillando a los que duermen para que les diviertan, como si de simples marionetas se tratasen, y tirando comida a los gordos, como si quisiesen que lo fuesen todavía más.

Esto y otras muchas cosas le eran en parte indiferentes a Nokomis; lo que verdaderamente iba a ver era a un animal en concreto.
El tigre era sin duda su animal favorito, y ver cómo la gente le trataba de esa manera le ponía de los nervios.

Llegando a la zona deseada, las puntas de su cabello negro se ondulan, y sus ojos buscan al tigre de Bengala expuesto en aquel zoo.
El felino alza su cabeza al verla, acercándose a los barrotes para saludarla. Definitivamente se conocían, aunque solo ellos dos supiesen el por qué. La chica alarga el brazo, ajena a la gente que les observa y a los carteles que prohíben el acercamiento excesivo a los animales. Acaricia el hocico del animal, mientras éste ronronea, feliz de volver a verla.


-¿Qué tal todo, viejo amigo?

Susurra la chica, haciéndole dulces carantoñas.

El animal buscaba su mano con el hocico, ronroneando como si de un cachorro se tratase. Parecía manso, al menos con la joven de cabellos azabaches.

-Sabes que me gustaría sacarte de aquí, pero es peligroso... -Susurró, acercándose todavía más a los barrotes- Encontraré una manera para hacerlo sin que nos convirtamos en fugitivos, ¿vale...?

El animal bufó y Key, por su parte, mostró una amplia sonrisa.
En eso, alguien más se abre paso entre los curiosos: el guardia del zoo, alarmado al oír que alguien estaba jugando con los tigres.
Alzando la voz, casi chillando, tomó a Key del brazo y tiró con brusquedad, echándole la bronca por el hecho de que, en cualquier momento, el tigre se podía abalanzar contra su brazo y arrancárselo.
Ella rodó los ojos, sin más, y meneó la mano en el aire, restándole importancia al asunto, pero, a la vez, despidiéndose también del felino, que intentaba asomar la cabeza entre los barrotes.

A medida que el guardia le sermoneaba, la muchacha rodaba los ojos, y clavaba su mirada en el tigre de Bengala, cuyos ojos esmeralda, a su vez, estaban clavados en los de la joven. Se echaban de menos, era evidente...


Ella asentía sin más, sin escuchar, hasta que el guardia pareció cansarse y con un "Que no vuelva a ocurrir, puede ser peligroso", se marcha.
Noko siguió sus pasos con la mirada, hasta que desapareció entre la multitud y las jaulas.
Se relamió los labios, dispuesta a acercarse de nuevo a su amiguito enjaulado, cuando nota que alguien se acerca a la zona, y se situa entre la verja de los tigres y los visitantes, dispuestos a obstaculizar el paso a los demasiado curiosos, como Key.

La muchacha chasquea la lengua, molesta.
¿Querían jugar? Bueno, pues jugarían...

26 diciembre, 2011

Change your mind.

Horas después de haber encontrado la nota, aquella nota que le había dejado su mejor amiga, su aliada y su hermana de espíritu, se dirigió al pequeño apartamento que, desde hacía unos meses, compartía con alguien especial.
Ese alguien no podía ser otra persona más que su hermana, esa pequeña y alegre desconocida que iba y venía a su antojo, pero que hacía incondicionalmente feliz a Key cuando se quedaba el tiempo suficiente a su lado como para acostumbrarse a su sola presencia.

No se teletransportó directamente en el salón, como hubiera hecho en cualquier otro momento, ya que andar, tomar el aire y, en general, despejarse un poco, no le iría nada mal.

La puerta de hierro de la entrada al edificio crujió ante el empujón de la joven, al igual que los escalones a cada paso y roce de sus botas.
La puerta de roble, que separaba el rellano de ese pequeño mundo que era su apartamento, parecía guardar silencio, un silencio que poco gustó a la morena.

No poseía las llaves del piso, una precaución impuesta por ella misma, ya que solía perder cualquier objeto que llevase encima, así que, esta vez sí, "saltó" al interior de la estancia.

Ya a primera vista, y observando a través de la penumbra, pudo comprobar que algo no iba bien. Enseguida se disparó su instinto protector, así como era ella, y recorrió el pequeño piso en cuestión de segundos (Literalmente, además. Recordemos sus habilidades).

Nada, ni rastro. Como si nunca hubiera vuelto a formar parte de su vida. Su hermana se había vuelto a marchar, como tantas otras veces, sin decir adiós, o, al menos, dejar alguna nota. Nada.

Nokomis sonrió:
-Esa enana y su inquietud... -Se llevó las manos al cabello, acomodándoselo con algo de torpeza, pero era un gesto que se le había pegado de la pelirosa.

No se enfadaría. Era algo que hubiera pasado tarde o temprano. Esa mocosa que tenía por hermana tenía su vida y sus sueños, y era imposible atarla a cualquier lugar, o a cualquier persona. Le recordaba tanto a ella hacía lo menos sesenta años...
Y ahora se dedicaba a recordar, simplemente, como si no le quedase vida por delante.

-¿Cuándo me he vuelto tan aburrida? Esta monotonía... ¿Cuándo fue que la acepté?

Una mueca afea el rostro de la muchacha por unas décimas de segundo, y desaparece con la misma rapidez cuando agita su cabeza, en un intento por despertar a la Key aventurera que parecía haberse quedado dormida en su interior.

-Si he de quedarme sola por un tiempo, que me sirva de algo...

Una risilla ansiosa y divertida sale de entre sus dientes, mientras toma buena cuenta de lápiz y papel.


"Querida hermana,
si estás leyendo esto, es porque ya has regresado, y yo no estoy aquí.
He decidido aprender de ti, y sentirme libre de nuevo. Quiero seguir conociendo este mundo que siempre he llamado hogar.
Muchos son los que han desaparecido de mi vida, y, además, de una manera demasiado seguida. Pero he decidido no deprimirme. He de seguir adelante mientras espero a que todos regreséis. Porque os voy a esperar, a ti, a Yas, a Will, a Ryoga... A todos.
Tú sólo quédate aquí cuando vuelvas. Seguiré pagando el alquiler aún en mi ausencia.
Cuidate, y sé buena con la vecina. Pobre mujer, que siempre la sacas de quicio...

Te quiere, tu hermana, Nokomis."




Una suave brisa recorre la estancia, un olor a mora que endulza el ambiente, cuando la joven desaparece, sin más. Una nota, blanca e impoluta, queda colgando de uno de los extremos de la lámpara que adorna la esquina de la entrada, mientras que un delicado lazo negro envuelve y acaricia la enrevesada caligrafía de aquella chica tan especial.